La Linda y Tierna Familia

31 de mayo de 2009

No lo puede evitar. Gracias al video que me envió Geli, hago esta entrada a las apuradas, pero más que nada por la indignación. No sé cómo canalizar tanta indignación ante tanta, pero tantísima corrupción en el gobierno Argentino, tanto doble discurso, tanto dinero, tantas mentiras, tanta...mierda.
Para quien viva o no en la Argentina, es un video recomendable.
La Familia Kirchner Robando
Y aquí una lista que está llegando a las 200 medidas o hechos corruptos del gobierno de los kirchner.

Minoría invisible entre las minorías

5 de mayo de 2009

Lesbianas transexuales hablan...

Esto va en pos de reeducar minimamente y concientizar, luego de un asqueroso programa de estupidez que ridiculizó a una transexual lesbiana en España.
Aquí, una recopilación de lo que es ser, y sufrir la transexualidad lésbica en una sociedad estigmatizadora: minoría invisible entre las minorías.

CARLA REPRESA, MUJER TRANSEXUAL LESBIANA Y ACTIVISTA DEL COLECTIVO GTLB de Fuerteventura
Mujer a partir de los 40
Carla Alba es transexual lesbiana tras media vida como hombre
No se levantó un día sintiéndose Carla. Al contrario, asumir su nueva identidad femenina le llevó años de caos mental y depresiones, sobre todo porque el cambio se produjo cuando había superado la cuarentena. «Mi cabeza se empeñaba en decirme que era mujer y se daba de golpes contra la realidad de tener un cuerpo de hombre y actuar como tal». A pesar de que encontrar su identidad le ha costado años y enfermedades. «El mío ha sido un camino duro e incluso peligroso físicamente pero, cuando consigues ese equilibrio, te das cuenta de que ha valido la pena».


Debido a su edad, 58 años, y a los riesgos físicos de la operación del cambio de sexo, esta ingeniera técnica rechaza por ahora pasar por el quirófano pero comenzó un tratamiento hormonal para conseguir el cuerpo de mujer que realmente es. «Me dio miedo. Son seis o siete horas de operación, más luego un postoperatorio largo. Mis hijos también me avisaron del alto riesgo que podría suponer a mi edad». Por eso anuló la fecha de la entrada en el quirófano, «pero todavía no descarto volvérmelo a plantear».
Cada vez que la llaman Carla, se siente feliz. No es para menos. «Date cuenta que he asumido con 40 y pico años que he vivido como un hombre, a pesar de sentirme mujer. Lo más fácil hubiera sido seguir así el resto de mi vida y no dar a conocer mi auténtica condición». Pero no optó por el camino más fácil, que hubiera sido negar la evidencia de su identidad, sino que decidió cambiar de sexo. Desde entonces, se siente en paz consigo misma, «no voy por hay ostentando ni pregonando que me siento mujer, pero tampoco ocultándolo».
Todo el proceso de cambio y asunción de su nueva condición culminó hace unos quince años. «Desde luego, no es levantarte un día y ya está», explica la actual responsable del área de transexualidad del colectivo Altihay de Fuerteventura. Las dudas surgieron con dolorosa frecuencia a lo largo de los años, hasta el punto de que una vez interrumpió el tratamiento hormonal cuando se enamoró de una mujer.
Hasta que una psiquiatra le aclaró su condición. «Me dijo: eres una persona normal. Tienes una identidad femenina pero eres homosexual porque te atraen las personas del mismo género». En resumen, una mujer transexual lesbiana.
A partir de este momento, todas las piezas de su vida encajaron. Infancia, adolescencia y madurez. «Entonces caí en la cuenta de que realmente nunca había tenido un carácter muy varonil y que mi comportamiento había sido realmente femenino en todas las épocas de mi vida».

CASO DE ANITA
Desde que en 1998 se enfundó en el primer vestido de mujer, Anita sólo piensa en el tratamiento y la operación para cambiar de sexo. Ese gesto sepultó años de indecisión, desazón e intentos de suicidio, entre ellos la ingestión de 24 nolotiles o de la caja completa de pastillas contra el mareo.
A pesar de que atrás quedaron casi 30 años como Antonio González Viera (Morro Jable, 1965), Anita todavía tiene una asignatura pendiente. «Todavía me cuesta vivir con este cuerpo, quiero tener el otro, lo que realmente soy: una mujer». La operación del cambio de sexo se vislumbra a lo lejos en su vida debido a la escasa pensión por invalidez que cobra al mes, lo que le obliga a trabajar limpiando escaleras, repartiendo publicidad y otros apaños.
Además de estar en paz consigo misma, Anita ha conseguido el respeto de la gente. «Ya nadie me insulta, como antes. Noto que la gente me quiere y me trata bien». Conseguida la interiorización de su condición, sólo le queda la costosa vía de su transformación externa.

INCREMENTAN DEBATES POR PRIMERA TRANSEXUAL LESBIANA EN CHILE
La destacada activista transexual española y presidenta de la Asociación de Identidad de Género de Andalucía, Kim Pérez, sostuvo sobre la materia que la transexualidad lésbica es desconocida porque " nos dejamos llevar por estereotipos y tendemos a pensar que las trans femeninas tienen que sentirse atraídas por varones y viceversa"
"El mundo transexual en general es muy poco conocido o entendido incluso por las mismas personas transexuales, que también nos dejamos llevar por los estereotipos, y, por lo tanto, menos todavía por los homosexuales y aún menos por los heterosexuales" , dijo.
En un intento de explicar la relación entre transexualidad y lesbianismo, la profesora de Filosofía en Bachillerato, agregó que tales palabras "son aproximativas, pero siempre inexactas".
"Hay muchas formas de transexualidad y muchas de lesbianismo, y muchas intersecciones entre los conjuntos "homosexual" o "transexual", que invitan a definirlos como "conjuntos borrosos". Si para muchos homosexuales, su identidad es borrosa y para muchos transexuales su orientación es borrosa, no es posible definir exactamente lo indefinible", dijo.
Por tanto, añadió a OpusGay, " lo más aproximado que puedo y quiero hacer para una definición de "transexual lesbiana" sería "persona variante de género que ama o a quien atrae una persona situada en el continuo de género femenino ".
El surgimiento de María Isabella Aguayo como activista trans lesbiana del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) fue destacado en Carlaantonelli.com, el sitio transexual más visitado de habla hispana, al tiempo que desató también una férrea defensa entre las activistas españolas respecto a la condición de mujeres de este sector de la población.
Ello, luego que la directora del sitio Rompiendo el Silencio, Erika Montecinos, afirmará que la lucha de las mujeres transexuales es distinta a la de las lesbianas. "Las trans no deben irrumpir en el espacio lésbico feminista ya que a nosotras nos ha costado mucho salir adelante con nuestras mochilas", dijo.
Sus palabras, calificadas de discriminatorias y asociadas al nazismo por Carla Antonelli, también provocaron molestia en Kim Pérez.
Montecinos "manifiesta inconscientemente la tendencia a la división implícita en todo exclusivismo, que debilita el movimiento de las minorías. Por eso yo prefiero hablar de un único movimiento GLBT o gaylesbitrans, con grupos fluidos en su interior, pero sin separatismos ni exclusivismos ni definiciones estrictas", sostiene Pérez.
De hecho, agrega "siempre he tenido la experiencia de combatir por nuestros derechos todos juntos, con asociaciones que pueden ser específicas o compartidas, pero sin apartar nunca a nadie, y eso ha sido agradable y siempre fácil, porque tenemos todos experiencias comunes muy fuertes, tales como la salida del armario o la discriminación".
"También tenemos todos la experiencia de que lo que hemos conseguido, ha sido como obra de todos, por la gran fuerza social que tiene un movimiento GLBT unido ", sostuvo desde España.
Kim Pérez apuntó que cuando "una minoría sexual comienza a definirse definitoriamente y por exclusión, hay que preguntarse dónde va a poner un límite a su exclusivismo" .
"Puede seguir excluyendo a otras personas dentro de sus límites clásicos. Por ejemplo, las lesbianas femme pueden excluir a las camioneras o viceversa, acabando en un estado de neurosis y mil discusiones enfermizas. Los movimientos de las minorías sexuales deben ser inclusivos y no exclusivos para ser fuertes y ganar respeto", puntualizó.


MARÍA ISABELLA: DEFIENDE SUS DERECHOS TRANSEXUAL LESBAINA DE CHILE
Nació en un cuerpo de hombre, pero se siente y es mujer. María Isabella es una transexual lesbiana quien a sus 35 años no conoce a ninguna otra persona chilena con la misma identidad. Ahora da la cara para exigir y demandar sus derechos.
La diferencia con las transexuales conocidas públicamente hasta ahora en Chile, es que a María Isabella le gustan las mujeres. Esta nueva lucha es respaldada desde Europa por la conocida Carla Antonelli. La española criticó además duramente a las activistas que no reconocen la condición de mujeres de las transexuales.

La realidad de María Isabella Aguayo Bahamondes es, sin duda, la más desconocida en el mundo criollo de las minorías sexuales, pues jamás ha sido abordada en ningún espacio, siendo total la ignorancia sobre la existencia de este sector de la población.
Tanto es el temor de los transexuales homosexuales a dar la cara y afirmar su condición en público, que María Isabella a sus 35 años no conoce a ninguna persona chilena con su identidad, teniendo sólo contactos con pares españolas a través de internet.
María Isabella recuerda que gran parte de su vida, en especial su infancia, la vivió con muchas confusiones. “Desde pequeña, desde los cuatro años tuve la noción de estar en un cuerpo equivocado porque me vestía de mujer. Pero lo que más me generaba contradicción era que precisamente me gustaban las mujeres. No encontré orientación o información en ninguna parte”, dice.
En un cuerpo de hombre, y sintiéndose mujer, María Isabella vivió gran parte de su vida, simulando pertenecer al sexo masculino. Como su apariencia física inicial favorecía ello, pudo tener varias novias, pero siempre sintió que algo estaba mal y que debía resolverlo.
“Desarrollé un papel que no era el mío y actuaba como un hombre o lo que creía que era un hombre. En el plano sexual había satisfacción desde el punto de vista de la estimulación genital, pero siempre era insatisfactorio saber que mi cuerpo no representaba a mi identidad, lo cual afectaba mi autoestima. En todo caso, siempre tuve conciencia que estaba falseando mi identidad”, recuerda.
Cerca de los 30 años, María Isabella tomó una de las decisiones más importantes de su vida: se asumió definitivamente como transexual e inició un proceso médico que aún perdura para adecuar su físico a su verdadera identidad femenina.
Hoy, María Isabella se declara “más feliz que nunca”, pues junto a su camino a la reasignación sexual, vive una armónica relación de pareja con una mujer que tiene dos hijos, de 12 y 14 años.
Además, el año pasado decidió organizarse para la defensa de sus derechos, ingresando a las filas del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh).
El nuevo referente, apoyado desde España por la reconocida activista trans Carla Antonelli, surge en momentos cuando la directora del sitio criollo Rompiendo El Silencio, Erika Montecinos emitió declaraciones transfóbicas que produjeron total rechazo en el mundo transexual, el cual sin pensarlo dos veces asoció a esta activista lésbica al nazismo.
“Que no se olvide la activista Erika que fuimos las mujeres transexuales quienes iniciamos la revuelta de Stonewall el 28 de junio de 1969, ya que ese bar era frecuentado en su amplia mayoría por personas trans, entre ellas la portorriqueña Silvia Rivera. A veces es necesario recordar la historia, porque si no viene alguien y te la reescribe en un momento”, sostuvo desde España Antonelli.

TRANSEXUALIDAD Y DESARROLLO DE MARIA ISABELLA
Personas como María Isabella son una de las pruebas humanas más concretas de que la orientación sexual; es decir sentirse gay, lesbiana, bisexual o heterosexual; no tiene relación alguna con la transexualidad, entendida esta como la condición en que la persona siente, generalmente desde la infancia, pertenecer al sexo opuesto al que sus genitales y físico indican
Ello porque mientras hay transexuales mujeres que gustan de hombres, también existen las que gustan de mujeres, como es el caso de María Isabella. Lo mismo ocurre en el caso de los transexuales masculinos.
La ahora activista transexual lesbiana indica que sus primeros recuerdos de niñez "fueron tomar conciencia de que yo era trans, aunque no conocía esa palabra. En el jardín infantil mientras los hombres jugaban a ser Tarzán, yo me creía la Mujer Maravilla. Después tomé conciencia de que además era lesbiana".
La condición de transexualidad y lesbianismo, ambas rechazadas fuertemente en Chile, provocaron que María Isabella guardará para sí todos sus sentimientos, sin obtener ayuda de ninguna persona para comprender su condición.
"Aceptar mi identidad fue un proceso largo y doloroso. Al comienzo la negué y bloqueé para integrarme de alguna manera a la sociedad", recuerda.
Al percatarse su familia de los cambios que experimentaba, María Isabella padeció la intolerancia y la incomprensión de sus padres, por lo que tras regresar a Chile, luego de vivir varios años en México y con un intento de suicidio de por medio, optó a los 26 años por vivir sola.
Fue entre los 26 y los 30 años que Isabella continuó con una doble vida, llegando a convivir como "hombre" con una mujer. Al mismo tiempo, sin embargo, fue asumiéndose y se dijo que " no puedo engañar a mi cerebro y ser lo que no soy. La identidad de género es de nacimiento, no se puede cambiar o regular, es un absurdo".
Tras estudiar algunos cursos de filosofía y titularse de técnico agrícola, María Isabella mientras caminaba a su aceptación plena decidió con esfuerzo y dedicación montar su propia empresa de exportación de frutos para garantizar su independencia económica.
"El fundo, de 50 hectáreas, yo lo planté, instalé el riego por goteo, creé las oficinas, hice todo", señala con orgullo, pues su fruta hoy es consumida en los exigentes mercados de Estados Unidos, Europa, Japón y Taiwán. Pero el fundo aún no tiene nombre, " quizás hay algo de proyección mía en ello" , dice.
En la actual etapa de adaptación de su cuerpo, María Isabella cuenta además con el amor de su pareja y el cariño de los dos hijos de ésta, por lo que se siente "más plena que nunca". Ella sabe, sin embargo, que su vida fue dolorosa y, por lo mismo, en un nuevo camino decidió organizarse para ayudar a sus pares, transformándose en la primera activista transexual lesbiana del país.
"Es un deber moral para mí estar a disposición de otros transexuales para entregarles la información sobre tratamientos y apoyos que yo nunca encontré. Por eso ingresé al Movilh", dice.

A su juicio ¿Por qué el mundo transexual lésbico es tan desconocido?
Seguramente por prejuicios, porque al final las exclusiones que vivimos socialmente también las canalizamos dentro del mundo lésbico, transexual y gay. Las transexuales lesbianas viven, por decirlo de algún modo, el temor de comunicarlo a los demás por miedo al rechazo, exactamente que un gay o lesbiana en el entorno social cotidiano. De hecho ya hemos visto como en los Encuentros Lésbicos y feministas se les lleva negando la entrada y participación desde hace años, algo realmente vergonzoso para quienes también reclaman derechos de igualdad.

¿Cómo define desde su experiencia y conocimiento a las transexuales lesbianas?
Son mujeres ante todo, y también lesbianas. Posiblemente para un mejor entendimiento hay que viajar al principio. Una cosa es la orientación sexual y otra bien distinta la identidad de genero. Las mujeres transexuales siempre han sido mujeres, antes y después de su proceso de reasignación; y como tales mujeres existe la misma proporcionalidad de ser lesbianas, heterosexuales o bisexuales que el resto de la población mundial.

¿Es común la discriminación a transexuales lesbianas de parte de activistas lésbicas?
Afortunadamente no es una práctica común, en España, por ejemplo, desde hace ya años que el movimiento lésbico y feminista integra a mujeres transexuales lesbianas en sus filas.
En Latinoamérica distintos colectivos lésbicos ya han alzado su voz ante tan indigna discriminación que pretenden imponer algunos sectores radicales del movimiento lésbico feminista.
Hay lesfobia y sobre todo transfobia, cayendo por esos derroteros del absurdo se terminara diciendo que una mujer que carezca de ovarios ya no es tan mujer como otra. Algo contra lo que ha luchado el movimiento feminista históricamente, en que se deje de considerar a la mujer como un producto, y además de uso exclusivo del hombre. Vamos, que por más que lo analizo lo veo absolutamente demencial y carente de cualquier sentido y principio de la igualdad.
La mujer transexual no es un hombre que se ha "convertido" en mujer, ese es el error simplista que lleva a muchas de las discriminaciones por parte de algunos sectores que no toman un minuto de su tiempo para la reflexión.

PESAMIENTOS DE JUANA RAMOS

Si no vives como piensas acabarás pensando como vives

Habitualmente tendemos a creer que una persona se cambia de sexo principalmente para adaptar su homosexualidad a un estatus de normalización heterosexual. Nada más lejos de la realidad, como demuestra la existencia de diferentes orientaciones sexuales en personas transexuales. La identidad de género por un lado y la orientación sexual por otro son diferentes aspectos de la esfera sexual de la personalidad, independientes entre sí. Existen todo tipo de combinaciones.
Vivimos en un sistema social con una marcada estructura dicotómica de géneros, que asigna un género diferente a cada sexo "biológico" y que determina como ha de ser la conducta del individuo (no solo la sexual) según el género asignado, a lo largo de toda su vida. Y lo hace a modo de vestir con trajes totalmente distintos a las personas: la vestimenta social: el género. Las personas transexuales nos rebelamos contra dicha asignación. Interiorizamos los caracteres del género opuesto, y lo hacemos de forma tan contundente que modificamos nuestra biología para adaptarnos al sistema sexo-género establecido. Nos adaptamos porque al igual que cualquier otra persona no podemos abstraernos a dicho sistema. Nadie puede eludir su influjo. La presión social existente impide poder hacerlo, y por ello, en mayor o menor grado, nos acomodamos en un género, aunque no sea el que nos ha asignado el sistema ("si me siento hombre, aunque me haya sido asignado el género mujer, no sólamente siento y vivo los atributos del género masculino, sino que modifico mi cuerpo para adaptarme a lo establecido, tanto externamente (necesito que los demás vean en mí a un hombre), como internamente (necesito verme yo mismo como hombre en todos los aspectos)"). Con esto no quiero dar por sentado que asumamos todos los atributos del género que sentimos. Sino simplemente que atravesamos esa línea invisible, variable, imprecisa que separa los géneros. Y ello en sí mismo representa un acto revolucionario, un duro golpe a la norma sexista, rígida, estática, arcaica. Un acto revolucionario que mina los pilares mismos del sistema sexo-género, que visualiza la contingencia del mismo y que junto al movimiento feminista provoca un proceso imparable que va desencadenando un nuevo estado de las cosas, un proceso sin vuelta atrás.
Aunque lleguemos a la conclusión de que la necesidad de cambio de sexo es provocada principalmente, cuando no totalmente, por la estructura del sistema social, que tal y como hemos visto es absolutamente sexista, sentimentalmente no podemos abstraernos a su influjo pues vivimos en el, y las construcciones sociales son tan reales para el ser humano como los hechos del mundo físico: "tan real es para una persona por ejemplo saberse y sentirse de nacionalidad gallega, de género masculino o femenino, de una u otra clase social, como para una gacela sentirse perseguida por un león". Y el género constituye precisamente uno de los constructos sociales más profundos, fuertes y esenciales del sistema social. Este es mi punto de vista. Otras personas prefieren atribuir causas biológicas a la transexualidad. Aunque no descarto que puedan en algunos casos darse este tipo de influencias, considero que los condicionantes sociales son determinantes en este sentido.

Tras estas breves notas pasamos a abordar el tema que nos ocupa: la existencia, en general, de personas transexuales con orientación homosexual y ,en particular, sobre las mujeres transexuales lesbianas.

1. Introducción
Nuestra experiencia cotidiana nos muestra la existencia de un elevado índice de lesbianismo entre mujeres transexuales, más elevado que en mujeres no transexuales. En menor proporción constatamos también la existencia de hombres transexuales gays. La realidad es que existen diferencias, aunque a mi juicio tales diferencias no deben constituir motivo de rechazo, ni ser tomadas como absolutas, pero sí deben ser tenidas en cuenta para su comprensión y aceptación. Ejemplos de las diferencias más visibles (variables en cada caso y siempre hablando en términos estadísticos) podrían ser:
*No somos fértiles, en principio.
*No tenemos la regla.
*Las que no nos operamos tenemos genitales masculinos.
¿Podemos imaginar el grado de intensidad con que el sistema social reprime la sexualidad a una lesbiana transexual no operada de genitales? ¿El contundente sentimiento de culpabilidad que le hace sentir? ¿La situación de aislamiento en que la sitúa?
Habitualmente una educación masculina que se materializa en ciertos matices de comportamiento, que no tienen por que ser mejores ni peores, sino simplemente diferentes (estadísticamente hablando).
De la misma forma que existen diferencias, también existen coincidencias:
*La opresión del género masculino que pretende hacernos sentir objetos, juguetes sexuales, que cuando son bonitos son tratados con “cuidado no vayan a romperse”, y que cuando no son de su gusto son despreciados y explotados.
*La pretensión de una heterosexualidad que rechazamos y nos coloca en no pocas situaciones incómodas. Cuando por fin nuestros queridos representantes heterosexuales del género masculino descubren que no constituyen el objeto de nuestro deseo no lo entienden y por supuesto no lo admiten. Siempre, como en todo hay excepciones.
*La pretensión de exigirnos el cuidado de los “pobre hombres que llegan cansados de sus importantísimos trabajos”. El cuidado material, el cuidado sexual...
*Características biológicas dependientes de las hormonas sexuales (distribución corporal de las grasas en las caderas, en los pechos...)
*Formas culturales de ver la realidad y de funcionar en la vida relacionadas con el género, implicando más nuestra afectividad... (¡siempre estadísticamente hablando!, pues las mujeres somos tan diversas que a menudo resulta difícil encontrar parecido entre nosotras)

2. Vivencias
En mi caso el constatar atracción sexual hacia las mujeres (transexuales y no transexuales, no hago distinción), supuso un conflicto personal que requirió un verdadero trabajo de asumirme como lesbiana de forma independiente al de asumirme como mujer. Esta disociación, aunque pueda parecer fácil no lo es, os aseguro que no lo es. Más adelante cada persona va encontrando sus propios modos, formas y valores de género, dentro de un proceso de reconstrucción personal. Y también los aspectos del nuevo género que no admite, que no asume como propios, que se rebela contra los mismos.
Una experiencia que condicionó mi vida en este sentido ocurrió a los dos años de comenzar el cambio de sexo cuando compartí mi lesbianismo en una charla titulada "Lesbianas diferentes", organizada por el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, con motivo del 28-J. Asistimos una lesbiana negra, una lesbiana sordomuda y una lesbiana transexual. Contamos como vivíamos nuestro lesbianismo desde nuestras particulares diferencias. Tras esta charla supuse que uno de los ámbitos en los que viviría mi lesbianismo de forma más relajada sería el de la esfera político-asociativa. En un principio me sentí aceptada, pero a la vez bastante sóla pues no conocía ni coincidía con ninguna transexual lesbiana en el entorno político por el que transitaba. Mi presencia en colectivos de lesbianas no generaba apenas conflictos. En la mayoría de los casos era una más del grupo, que si bien parecía difícil entender que una mujer transexual pudiera ser lesbiana, al no existir un número suficiente de personas como yo para constituir un subgrupo dentro de un grupo simplemente el grupo me aceptaba como tal.
Con el transcurso de los años el lesbianismo entre mujeres transexuales fue adquiriendo cada vez mayor visibilidad. Este hecho trajo como consecuencia un mayor posicionamiento de los grupos y de los individuos tanto a favor como en contra. Atrás quedaba la situación de uno o dos casos aislados. Comenzaba la creación de una nueva categoría: “mujeres transexuales lesbianas”. Encuentros de lesbianas que restringían el acceso a mujeres transexuales, grupos de lesbianas que expresaban una especial invitación a mujeres lesbianas transexuales, lesbianas no transexuales que comenzaban a meditar sobre la posibilidad de tener o no tener relaciones con lesbianas transexuales, etc...

3. Consideraciones políticas
Bajo mi punto de vista la situación actual en el Estado español hace necesaria una respuesta política a la realidad de las mujeres transexuales lesbianas. Principalmente para contrarrestar las siguientes problemáticas:
*Miedo al rechazo, que en ocasiones genera verdaderas situaciones de angustia y que provoca nuestra reticencia a militar en colectivos de lesbianas, cuando no a reprimir nuestra sexualidad.
*Existencia de enormes prejuicios sobre el tema.
*Situaciones de intolerancia que llegan a darse incluso dentro del movimiento de liberación sexual, que como tod@s sabemos actualmente une a transexuales, lesbianas, gays y bisexuales en una amplia causa común: “contra la norma sexual que nos oprime”.

La mejor respuesta la desconozco. Se me ocurren dos:
a. Creación de grupos de transexuales lesbianas donde podamos manifestar nuestras vivencias, nuestros miedos, sin temor a visibilizar nuestra condición de transexuales. Donde meditemos y derribemos las estructuras que nos oprimen, las estructuras que niegan nuestra sexualidad, las estructuras que pretenden mantenernos apartadas, mantenernos en el gueto.
b. Hacer explícitas las posturas a favor o en contra dentro de los grupos de lesbianas. De esta forma sabremos en qué grupos podremos militar de forma visible, y en que otros grupos podemos ser rechazadas. Lo peor es la situación de ambigüedad-invisibilidad: el estar en un grupo y no saber realmente si el resto de integrantes nos acepta como transexuales, ya que es una situación que genera angustia, desconfianza y conformismo. Ejemplo de esta respuesta lo podemos encontrar en un colectivo de lesbianas alemanas que en su web invitan a participar a todas las lesbianas, haciendo un especial llamamiento a las lesbianas transexuales: “Invitamos especialmente a las mujeres lesbianas transexuales, a diferencia de otros grupos de lesbianas contrarias a dicha condición”.

Fuentes:
http://www.opusgay.cl/1315/printer-76456.html
http://anodis.com/nota/9080.asp
http://www.opusgay.cl/1315/article-76427.html
portal transexual: http://www.carlaantonelli.com/primera_pagina.htm
http://www.mujerpalabra.net/pensamiento/derivadas/pensamiento_articulos_juana_lesbianismo.htm

La invisibilidad de las lesbianas

En los últimos años es evidente que, más allá de las conquistas políticas concretas, se ha alcanzado un cierto consenso social en las sociedades occidentales acerca de la reivindicación gay-lesbiana a la igualdad de derechos.
Este consenso social se ha conseguido gracias sobre todo a la visibilidad de las personas que llamaré desde ahora, a la manera americana, GLTB (es decir, gays, lesbianas, transexuales y bisxuales). La visibilidad no es una moda ni es tampoco un asunto de exhibicionismo del que a veces se nos acusa. La visibilidad para gays y lesbianas es un asunto político de primer orden, es el punto primero en la agenda de cualquier asociación que luche por los derechos de las personas GLTB.
Pero, aceptado lo anterior, es el momento de pararnos a reflexionar dónde han quedado las lesbianas en este asunto de la visibilidad y dónde están las lesbianas cuando decimos población GLTB u homosexual o, simplemente, gay-lesbiana.
Porque, aunque parezca una perogrullada, las lesbianas no somos gays. Desde siempre, entre nosotros mismos, hemos manejado la invisibilidad de las lesbianas como si se tratara de un axioma que bastara por si solo para explicar todas las situaciones en las que una lesbiana podía encontrarse. Se admite que las lesbianas somos en buena medida invisibles, tanto para el mundo heterosexual como para el mundo gay. Tradicionalmente dentro del mundo GLTB se ha mantenido que esta invisibilidad es, o ha sido, una ventaja porque nos ha permitido vivir nuestra vida lésbica con mayor libertad y, sobre todo, con mayor seguridad. El hecho de que el lesbianismo fuera, y en buena medida aun sea, algo inimaginable para la sociedad ha permitido que éste pudiera vivirse sin la feroz persecución de que los varones con prácticas homosexuales eran objeto. Así las leyes modernas contra la homosexualidad eran por lo general aplicables, y aplicadas, únicamente contra la homosexualidad masculina.
[...]
Cierto que vistas así las cosas, podría parecer que ha sido más fácil, que todavía lo es, ser lesbiana que ser gay. Pero esto no es más que una manera un tanto superficial de ver la cuestión.
En ninguna situación es más fácil ser mujer que ser hombre y ser lesbiana tiene más que ver con el hecho de ser mujer que con el hecho de ser homosexual y esta es una de las cuestiones que más nos cuesta transmitir a la sociedad y a los mismos gays.

Porque aun admitiendo que ser lesbiana sea una ventaja social respecto de ser gay, enseguida vemos que esta ventaja se convierte en un inconveniente cuando comprobamos que la invisibilidad afecta a todos los aspectos de nuestra vida, y que si nos hace la vida más sencilla en algunos aspectos, también nos invisibiliza a la hora de reivindicar nuestra especificidad como mujeres lesbianas, a la hora de hacer que nuestra voz se escuche, a la hora de hacer visible en la sociedad y en el movimiento GLTB nuestra diferente experiencia vital, nuestra diferente manera de estar en el mundo; de explicar y hacer ver que vivimos una situación social distinta, una situación política distinta, una situación económica diferente, etc. Somos invisibles para todo, incluso para hacer ver nuestras propias y específicas reivindicaciones. La invisibilidad nos condena al silencio, y la palabra homosexual que se usa tanto para hombres como para mujeres se ha convertido en un falso neutro que denota únicamente la realidad masculina, del mismo modo que la palabra hombre en el sentido de humanidad recoge únicamente la experiencia y la visión masculina del mundo. Nuestra voz ha quedado sepultada. Las consecuencias de esta ocultación son de una gravedad incalculable, no solamente porque se ignora que lesbianas y gays somos diferentes y tenemos diferentes experiencias que contar, sino fundamentalmente porque mediante esta operación se nos oculta también que las estrategias para superar la situación de desigualdad en la que nos encontramos tienen por fuerza que ser distintas.
El título de este artículo es “marginación de las lesbianas”. La palabra marginación se refiere a los tres ámbitos en los que las lesbianas nos movemos y nos situamos socialmente. Al ámbito de la sociedad gay, al ámbito de la sociedad heterosexual y al ámbito de las mujeres, del movimiento feminista. Y en estos tres ámbitos las lesbianas somos invisibles y estamos marginadas.
Respecto a los gays, baste decir que las lesbianas tendríamos que empezar a preguntarnos si más allá de una común discriminación legal tenemos algo que en común con los varones homosexuales. Nuestra situación como ciudadanas y ciudadanos que no gozan de los mismos derechos puede ser similar, pero nuestra posición social, económica y cultural como mujeres y hombres es radicalmente distinta, y diferentes son también las subculturas y los espacios que nos hemos ido abriendo y en los que nos movemos cotidianamente. En la actualidad, ha pasado el tiempo en el que la lucha era simplemente por poder existir. En la urgencia de entonces, las lesbianas, como por otra parte siempre han hecho las mujeres en las luchas de los hombres, abandonamos nuestras posiciones en pro de unas posiciones supuestamente comunes. Es prioritario desmontar el tópico de que los gays están más cerca de las mujeres que los hombres heterosexuales. El tiempo y la experiencia nos han demostrado que esto no sólo es un prejuicio, sino que además ocurre más bien lo contrario. La supuesta cercanía entre gays y mujeres es, en realidad, una estrategia homofóbica de la sociedad heterosexual para situar a los varones homosexuales en el lugar más desprestigiado socialmente, el de las mujeres. La realidad es que a veces es más fácil para las mujeres, sean o no lesbianas, encontrar su lugar en la sociedad heterosexual que en la sociedad gay. Los hombres heterosexuales, aunque sea desde la desigualdad histórica, tienen interés en las mujeres (sexual, económico, afectivo, doméstico….) y si en el pasado buscaban la manera de someterlas, en la actualidad tienen que buscar la manera de pactar con ellas. Desde la superioridad jerárquica de su posición de varones van teniendo que pactar con las mujeres algunas cuestiones, y cuanto mayores sean las victorias del feminismo, mayores serán los campos donde los hombres heterosexuales estén obligados a pactar si quieren algo de las mujeres a cambio. Sin embargo, los gays no nos necesitan para nada, no quieren nada de nosotras, ningún pacto, ninguna componenda.
[...]
El discurso político de las lesbianas será siempre un discurso particular, mientras que ellos se continuarán arrogando el estatuto de lo general; sus reivindicaciones serán siempre las propias de todos y todas, mientras que las nuestras son únicamente propias de las mujeres, etc. La cultura gay, más valorada social y políticamente, y desde luego más fuerte económicamente, se ha impuesto sobre una frágil y escasa cultura lesbiana que corre el peligro de convertirse en una mala copia de aquella. Dentro del movimiento y de la sociedad gay, las lesbianas se encuentran con que lo masculino es siempre más valorado y tiene más fuerza que la visión o la experiencia que las lesbianas tratamos de hacer llegar a la sociedad. El movimiento homosexual todavía hace referencia a una forma de vivir la sexualidad, el amor, la pareja, el ocio, la vida en sociedad que son claramente masculinos. Sus puntos de vista, sus maneras de vivir y de relacionarse se han impuesto como comunes a gays y lesbianas, es el falso neutro al que antes hacía alusión.
Por el contrario, nuestro lugar en la sociedad heterosexual está muy claro, es el lugar de las mujeres. No hay un lugar preexistente o asignado para que lo ocupen las lesbianas. Somos mujeres que ocupamos el lugar de las mujeres en cualquier sociedad pero con un plus de discriminación, doblemente marginadas pues. La realidad es que en todas aquellas situaciones en las que las mujeres estén discriminadas, marginadas, condenadas a una existencia precaria por el hecho de nacer mujeres, en todas aquellas situaciones en las que las mujeres sean más vulnerables que los hombres, en todas esas situaciones (casi todas las situaciones imaginables por otra parte), las lesbianas sufrirán un plus añadido de injusticia, marginación o discriminación.
Para empezar, cuando hablamos de lesbianismo estamos refiriéndonos, casi necesariamente, al llamado primer mundo, a las democracias occidentales pues el primer derecho de una lesbiana para poder existir como tal es el derecho a su propio cuerpo y a su propia sexualidad. En un universo en el que el derecho a la sexualidad de las mujeres y al uso de su propio cuerpo está lejos de estar universalmente admitido (recordemos que en la Conferencia de Beijing el derecho de las mujeres a su propio cuerpo y a su sexualidad no pudo recogerse como un Derecho Humano básico por la oposición de muchos países, entre ellos El Vaticano) es obvio que ser lesbiana es algo fuera del alcance de la mayoría de las mujeres. Los hombres son y han sido en todas las sociedades conocidas dueños de sus cuerpos, incluso para pecar o delinquir con ellos. En esas sociedades, las mujeres no se pertenecen a sí mismas sino a los hombres de sus familias ¿cómo podría ser lesbiana una mujer afgana? Y no hace falta ir a situaciones tan extremas. La sociedad está estructurada de manera tal que las vidas de las mujeres se complican extraordinariamente si no tienen a un hombre al lado. No tener a un hombre es garantía de pobreza en muchos sitios. Incluso aquí, en los países occidentales, no es fácil para las mujeres vivir sin un hombre, y las lesbianas somos mujeres que vivimos sin depender de ningún hombre… Baste recordar hasta qué punto el paro, la precariedad en el empleo, el trabajo temporal, el subempleo, la pobreza… afectan en mucha mayor medida a las mujeres que a los hombres. Si las mujeres somos más vulnerables económicamente hablando, las lesbianas lo somos doblemente. Tenemos muchas posibilidades de encontrarnos en una situación económica difícil, a la que no va a añadirse un sueldo masculino, sino quizá otra situación de paro, otra situación de empleo precario, otra situación de angustia y de inestabilidad laboral, una situación injusta y discriminatoria. Somos más vulnerables también ante el acoso en el trabajo, ante el acoso sexual en general, lo que dificulta la llamada “salida del armario” que nunca es igual para las lesbianas que para los gays. De hecho, el sindicato CCOO hizo un estudio sobre el acoso sexual en el trabajo en el que se demostraba que las lesbianas éramos uno de los grupos más susceptibles de sufrir este tipo de comportamientos. Sufrimos la homofobia de manera diferente a cómo la sufren los hombres, pues si la presencia de los gays genera agresividad en las personas homofóbicas, la de las lesbianas genera morbo y a partir de que se conozca nuestra orientación sexual el tendero, el quiosquero y el vecino se creerán con derecho a decirnos cualquier cosa, todo con tal de enseñarnos lo que es un hombre de verdad. Las mujeres somos más vulnerables socialmente que los hombres y en general puede decirse que cuánto mayor sea la situación de marginación o vulnerabilidad social que padezcan las mujeres estas situaciones se incrementarán en mucho si dichas mujeres son lesbianas.
Nosotras no somos desde luego esos homosexuales que la prensa refleja últimamente que se gastan su dinero, mucho dinero, en ocio. Nosotras no somos esos DINKS (Double income no Kids, “doble sueldo sin hijos”) porque, entre otras cosas, muchas de nosotras tenemos hijos. Somos si acaso, muchas veces “Doble Paro y con Hijos”. Tener hijos no sólo añade un factor de vulnerabilidad económica, sino también social. Son muchos los casos que conocemos de lesbianas con hijos de matrimonios anteriores en lucha por la custodia de los mismos. En estos casos, y he conocido de cerca algunos de ellos, la mayoría de estas madres suelen renunciar a cualquier tipo de pensiones alimenticias a cambio de que los padres de los niños renuncien a luchar por su custodia. Las madres en estos casos renuncian incluso a todo lo que les correspondería legalmente, como por ejemplo la vivienda familiar o la parte de ella que era suya porque todavía las madres lesbianas tienen la sensación de que podrían perder la custodia de sus hijos en caso de que les tocara un juez de talante conservador. Por tanto, además de criar a sus hijos en condiciones económicas precarias, tienen que vivir estas madres con la angustia terrible de perderlos. Tenemos hijos no sólo de matrimonios anteriores, sino que en la actualidad las técnicas de fecundación asistida han puesto al alcance de [algunas mujeres adineradas] la posibilidad de tener hijos.
La ley de adopción nos permite acceder sin demasiados problemas a la adopción individual, podemos mantener una relación heterosexual sólo para quedar embarazadas, podemos practicarnos una autoinseminación usando el esperma de un amigo (es tan sencillo como introducirse una jeringuilla con esperma en la vagina) y podemos, por último y mucho más seguro, acudir a una de las decenas de clínicas que en España realizan la reproducción asistida a mujeres “solteras”. Como señalaba el periódico El Mundo en un artículo, las clínicas españolas de fecundación asistida son utilizadas en un 80% por lesbianas, en EE.UU. se habla ya de un baby boom lésbico. Porque es también un hecho que las lesbianas deseamos tener hijos en la misma medida que las mujeres heterosexuales. Y los estamos teniendo, y los estamos educando. El hecho de que no exista más que un modelo de familia reconocido legal y socialmente perjudica fundamentalmente a las madres lesbianas y a sus hijos e hijas. Porque cuando los políticos se escudan en el “derecho del menor” para negar la existencia de nuestras familias, ¿de qué menores están hablando? La actual situación deja sin protección legal o social a miles de familias compuestas por madres lesbianas y sus hijos y, lo que es peor, deja a nuestros niños desprotegidos también. Puede darse el caso de que la madre biológica enferme o muera y la ley no reconocerá a su pareja ningún papel respecto a ese hijo.
Y no hay necesidad de ponerse tan trágico, la vida cotidiana resulta extraordinariamente dificultada por el hecho de que para la ley esa pareja no exista: ante el colegio, en los hospitales, en cualquier actividad cotidiana del niño: clases de ingles, permisos para excursiones… Por supuesto que hay más que todo eso, hay derechos sucesorios, económicos de todo tipo: herencias, seguros médicos, de accidente…en fin, toda una serie de derechos que los niños de parejas lesbianas no pueden disfrutar en igualdad de condiciones con respecto a los niños de las parejas heterosexuales; eso hace a nuestras familias muy vulnerables de por sí, más vulnerables aun. Pero los políticos, cuando hablan de los niños, jamás hablan de estos niños ni de nuestras familias. Jamás mencionan los múltiples estudios que demuestran que los niños que crecen en familias lesbianas lo hacen como los demás. Tampoco quieren nunca hablar de las situaciones que provoca la falta de reconocimiento legal en la vida de las madres lesbianas, sometidas en muchas ocasiones a condiciones económicas que son producto de la doble discriminación que padecemos como mujeres y lesbianas y sin poder acceder, en cambio, a ninguno de los beneficios que el estado concede a las familias. Somos familias invisibles, invisibilizadas por la discriminación.
Ante todas estas situaciones, y como mujeres discriminadas que somos, la lucha de las mujeres por su igualdad debería ser el terreno en el que nos sintiéramos más cómodas. El movimiento feminista debiera ser nuestro gran aliado. Pero no lo es. Las mujeres heterosexuales que militan en el feminismo siempre han tenido miedo de que al asumir como propias y de una manera total las reivindicaciones de las lesbianas, se confundiera, de una manera interesada por supuesto, feminismo y lesbianismo. Al fin y al cabo el patriarcado siempre ha tendido a esparcir la sospecha de que todas las feministas son lesbianas, y “liberarse” de esa sospecha ha sido una de las obsesiones de algunas mujeres supuestamente feministas. Betty Friedan, una de las fundadoras del movimiento feminista norteamericano, una personalidad clave en la lucha de las mujeres por su igualdad, afirmó en los años 70 que las lesbianas habían sido enviadas por la CIA para infiltrarse en las filas del feminismo y desacreditar a todas las mujeres.
Es el miedo al “contagio del estigma” que gays y lesbianas conocemos tan bien. Muchas feministas no acaban de asumir plenamente que si sexualidad no es maternidad tampoco es heterosexualidad y que tan criticable es una educación sexista como una educación heterosexista, que los derechos humanos incluyen los derechos de las mujeres, desde luego, pero que éstos incluyen los derechos de las lesbianas, que también somos mujeres.
Muchas de nosotras hemos trabajado durante años en el feminismo sólo para darnos cuenta de la dificultad, cuando no imposibilidad, de que las cuestiones que como lesbianas nos afectan y que nos diferencian de las mujeres heterosexuales sean tomadas en cuenta y se les dé la misma importancia que al resto de los asuntos. Por el contrario dichas cuestiones son siempre pospuestas en todas las discusiones; las campañas que se centran en asuntos relacionados con las mujeres heterosexuales se llevan la mayor parte del presupuesto, del tiempo y de la energía; nuestros asuntos se dejan siempre para más adelante o son tratados de manera marginal; nuestra postura, nuestras reivindicaciones son siempre particulares y asumidas y defendidas sólo por las lesbianas, mientras que nosotras, lesbianas, tenemos que asumir y defender asuntos que afectan exclusivamente a las mujeres heterosexuales, y hacerlo como si nos afectaran en la misma medida. Es decir, las lesbianas nos encontramos en el movimiento feminista igual que en el movimiento gay, en un lugar invisible y subalterno.
Las lesbianas somos un grupo discriminado con unas reivindicaciones y necesidades concretas de las que sólo nosotras somos plenamente conscientes. En los últimos años las lesbianas nos hemos organizado dentro del movimiento GLTB pero defendiendo nuestros espacios y nuestra especificidad. Las asociaciones GLTB más importantes son conscientes ahora de que entender que gays y lesbianas somos diferentes es fundamental para poder luchar por una igualdad justa para todos. Y en ello estamos. Aplicamos políticas de acción positiva que favorecen la visibilidad de las lesbianas y facilitan que en estos momentos algunas de las organizaciones GLTB más importantes estén dirigidas por mujeres. Trasladar a la sociedad que cuando se dice “gays y lesbianas” se hace alusión a dos realidades bien diferentes es nuestro reto en los próximos años.


Fuente:felgt.org