Cansancio interior

12 de septiembre de 2007

 

Sentado en la punta de la torre, miraba la gris ciudad que se extendía hasta el horizonte. Sus ojos opacos, parecían contemplar, pero sólo estaban fijos en un lugar distante, sin enfoque alguno. La brisa fresca y contaminada de la ciudad, rasgaba su tersa piel lentamente, ondulando y ensuciando sus cabellos, que de vez en cuando, desprendían hebras de aquel enmarañado pelo.

Extendió su muñeca, miró la hora, y suspiró. Décadas de soledad formaban parte de las duras estructuras de esa torre.

Sonrió con tristeza.

Hacía décadas le había dicho que necesitaba su presencia.

Hacía décadas que se la había postergado.

Parpadeó varias veces, y se sentó al borde de la torre, sintiendo el silencio que se extendía en aquellas alturas.

Recordó palabras dichas, pero tan pronto como asestaron su mente, aquella brisa sucia las espantó.

Hacía décadas que se había recluido en aquel lugar en busca de la cesación de aquel sentimiento de sobra, pero entendía que mismo en aquella soledad, para la propia soledad, era una sobra. Un ser que sólo usurpaba un espacio que perfectamente podía ser ocupado por otro ser de mejor calidad.

Y es que tanto había esperado, tanto había dejado espacio a la necesidad, que ya no era más que una cáscara hueca de cosas que pudo haber dado, y nunca encontró a quién.

Sonrió a la brisa, y comprendió lo que décadas de soledad habían degenerado en su interior.

Décadas de esperas, décadas de aislamiento, décadas de necesidad por un suave cariño...

Y comprendiendo su suerte, resbaló de su lugar, y cayó.

En la gran ciudad, una lágrima se estrelló contra el pavimento ennegrecido, pero nadie lo notó.

Todo el mundo continuó caminando.

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