“A veces pienso que el peor de los vacíos no es el de la muerte, sino el de la vida. Es como un rompecabezas al que le queda un hueco. Y uno intenta meter piezas ahi, pero nada parece encajar bien. Es solo un hueco... Como si la nada no fuera falta de algo, sino algo muy poderoso en si mismo.” [Geli]
Y sí. El vacío no es la muerte, sino la vida, porque el vacío sólo es apreciable con la vida, y no con la muerte. La muerte tiene nada de conciencia, y todo de vacuidad. La muerte no permite apreciar, ni sentir, ni sufrir. Ciertamente no se ríe ni se llora. No se quiere ni se odia. No es más que la nada. La muerte es el pasaje a la nada, y de ahí radica el sentimiento triste del existir. Porque mientras se es un ser con vida, se experimenta sensaciones, desde la conciencia, hasta el odio y el cariño. Se piensa, se investiga, se disfruta, se sufre, se llora.
La vida, sin saber exactamente qué es, como así tampoco se puede definir la felicidad, es un promedio pesado, como diría mi profesora de laboratorio. Cada término de nuestro polinomio representa en sí mismo una característica de nuestra vida, y su coeficiente principal la importancia que le damos en ella. Probablemente no existan términos de cierto grado, porque están en nuestro conjunto de coeficientes de valor cero. Y tal vez, esa sensación de vacío que dan estos coeficientes nulos, sean esas piezas del rompecabezas que por mas que intentemos agregar a nuestro polinomio con aproximaciones bizarras, nunca se llegará a la cifra exacta que se quiere estimar. Nunca una aproximación será el valor exacto en sí. Y desde ese sentimiento matemático, se puede entender que en el fondo, aún sin conocer a Taylor, cualquier persona comprende que las aproximaciones no son la cifra en sí misma. Los sustitutos no son el elemento original en sí. Las mujeres no son ‘esa’ mujer. Los hombres no son ‘ese’ hombre. Los deseos no son ‘ese’ deseo.
Y ahí radica el origen de la sensación de vacío, nacida en parte por la insatisfacción innata que todos tenemos, y que el sistema fomenta banal y salvajemente.
Pero ciertamente, la Nada es el Todo. Y sin entrar en filosofía barata, la frase tiene gran verdad, porque el mundo– incluyéndonos a nosotros, los humanos, los seres más pequeños del universo que tienen el ego más grande del cosmos - se encaminan hacia la nada. La Nada es el gran poderoso de los poderosos. Ningún héroe podría contra ella.
Muchas veces he deseado escribir en este espacio cosas positivas, ahuyentar esa verdad tanto para la gente que lee esto como para mí, pero me es imposible. Ciertamente no se puede dar una solución general a un problema que en cada ser humano resulta de diferente magnitud. La actitud más razonable se encuentra una vez más en el budismo: ‘amigarse con la nada’, reconocerla y armonizar con ella.
Pero es obvio que la actitud más sana para mi criterio puede ser la más enferma para otro, y por ello no puedo decir mucho al respecto.
La forma que tengo de buscar la armonía con esa verdad, es simplemente oponiéndome a ella, como casi todo lo que hago en mi vida. La idea no es seguir la corriente, sino andar contra ella, criticarla, y buscar algún puente transversal para salir de ella y estar por sobre la misma... aunque sea un puente derruido, pero al menos ya fuera de la corriente, uno considera que será capaz de contemplar la verdad en una forma más desnuda. Pero es sólo ilusión. Siempre la verdad es afectada por el observador, y el observador por la verdad.
Sin embargo, y para no terminar una entrada más con ese sentimiento de vacío, se puede decir otra gran verdad dicha por Borges. Es una verdad que cuando la leí por vez primera no me supo tan veraz como ahora, que me la he estado repitiendo mentalmente por más de cuatro años, y es que en el fondo, somos concientes de nuestra finitud, pero no de nuestra inmortalidad. Una inmortalidad que se plasma en el presente, en ese segundo que se escapa, en este momento en que se está leyendo estas palabras. En ese momento se es inmortal, porque uno siempre vive el presente, y probablemente por ello sea tan difícil discernir qué es el presente. Pero ciertamente es lo más cercano a una inmortalidad como la que puede desear un pobre ser enclenque que busca perpetuar su conciencia de forma eterna y escribe estas palabras en la oscuridad de su cuarto.
Somos inmortales en este presente que nunca se acaba. Somos inmortales en algo que no tiene ni principio ni fin determinado. Somos eternos, de alguna forma irónica, pero lo somos. Tal vez no es la inmortalidad deseada, no es lo que se quisiera. Tal vez una inmortalidad en la juventud sería más atrayente, pero no. Esta inmortalidad es tan imperfecta como los humanos, porque una vez más, tales conceptos no son más que creaciones humanas.
Lo importante es que siendo conscientes de la inmortalidad, se camine dentro de la misma hacia la dirección de mínimo vacío. Llenarnos lentamente es un proceso doloroso y largo... mientras seamos inmortales, podemos seguir haciéndolo.
El día que la inmortalidad cese, dudo que se lo pueda advertir. El quiebre entre esa inmortalidad y la Nada, será inapreciable, porque después de todo, se ingresará a la nada, donde no hay conciencia con que apreciar las cosas.
A pesar del dolor de la existencia, el final siempre resulta muy indiferente.
La Nada es el Todo.
Ciertamente.
Perdona geli que use tus palabras como pie para el post, pero el leer tu comentario me disparó todas las ideas... era justo ponerlo.
NOTA: La imagen se llama "Oscuridad" y pertenece a JorGELIna. ¡Gracias Geli!