Un día como cualquiera...

14 de mayo de 2008

 

Un día como cualquiera.

Siempre la misma miseria.

Todos los días un viaje entre la existencia, de aquellos que no desearon la venida. Todos los días ver el pasar de la vida, en cada uno de los ojos que te miran. Todos los días el mismo tren, con algunas mismas personas, con algunos mismos vagones, con algunas mismas miserias.

Desde un andén hasta el otro, se ven las familias de indocumentados paraguayos y peruanos viviendo a orillas de las vías, donde las fábricas abandonadas no les reclaman el apoyar sus chapas sobre las viejas paredes. De un andén a otro, historias instantáneas se detienen en mi mente, pero duran brevemente.

Y hoy, no fue la excepción.

Una mañana como cualquiera, tomando el tren como cualquiera.

Bajando de él, con la mochila abierta, miré fijo a una joven morena que hurgó en propiedad ajena, y con la misma pedantería que los colonizadores contemplaron a los indígenas, me sonrió buscando su máscara de inocencia, de la cual sólo restaban miserias.

Y el día transcurrió como cualquiera. Estudiando como cualquiera.

De regreso al hogar, en el mismo tren de la existencia, una anciana vendiendo linternas, caminaba con dificultad. Su corazón enfermo no le permitía trabajar, pero su jubilación no le alcanzaba para pagar con su hija – madre soltera- lo que el día a día les imponía. Cansada, se sentó al quedar un asiento libre, y colocó su pequeña carga a un costado. Un niño de ocho años, no más, corrió, sentándose al lado de aquella carga, y ante la mas mínima distracción, hurtó de ese equipaje lo poco que la anciana tenía.

La señora le gritó, e indignada, lo mandó a otro vagón.

Entonces, sola, haciéndose eco en el silencio, alzó su voz con irritación. Hablaba para sí sobre el valor del trabajo y la dignidad, de aquello que ya no se enseña más, de aquello que carecen los niños de la calle, y que de adultos, con jactancia, reconocen sin pestañear.

Tras su breve discurso se levantó, y continuó vendiendo sus linternas, con ese cansino paso, con esos huesos viejos, con esa pesada carga.

Al poco rato, los hijos del Señor aparecieron en el vagón. Hablaron de aceptar a Aquél que su vida dio, y que en un pedazo de papel la oración de la salvación escribió.

- ¿Aceptas al Señor y su Gracia? – me preguntó.

- No, gracias.

Así me condené al día del juicio final, al día que vendrá. Caeré al mar de lava al cual aquellos hijos del Señor me condenaron, sólo porque no acepté su palabra.

Me he condenado al día que vendrá.

El día que ya vino, sin lugar a dudas, para muchos, y que los hijos del Señor aún creen por venir.

Un día como cualquiera.

Un día como hoy.

Un día donde mi propia existencia me aqueja.

Un día donde duele existir.

Contrastes que se van difuminando con el tiempo.

Un día como cualquiera...

2 Oscuridades:

Frey dijo...

Gracias por estar con nosotros.
Besos.


Feliz cumpleaños.

Anónimo dijo...

Hola Jinsei!

aqui lucy opinando de tu entrada. Vaya me parecio un reclamo desesperado de que la vida se torna cada vez mas sin sentido, a mi tambien me pasa que cuando voy en la calle te toma solo un instante darte cuenta de lo miserable que parece el entorno, ves gente que transita mostrando en el gesto la pesadez de la vida cotidiana y repetitiva.
Hace muchos años, en mi infacia cuando tomaba el tren subterraneo con mi papà para ir a la capital, pasabamos por un paradero en donde una señora tenia un puesto de comida muy modesto y en èl estaban sus hijas que le ayudaban y eran mas o menos de mi edad en ese tiempo, pues a la fecha todavia paso por ese paradero donde esta el mismo puesto de comida, igual de modesto y miserable, la señora atiende de la misma forma solo que ahora ya esta vieja y acabada y las hijas ya son mujeres gordas que cargando a sus hijoss estan ahi sentadas junta a la madre vigilando el puesto, los niños juegan descalzos y mugrosos en el suelo. En todos estos años la vida parece ser una mala broma para algunas personas, temo que la mia termine igual.
Saludos Jin!